Humanos en el tren… y el AVE silencioso

Me sorprendo escuchando tertulianos de radio de la mañana como se regocijan con la noticia del AVE silenciosoEn este nuevo AVE entre Madrid y Sevilla, los pasajeros «deben respetar el silencio», por lo que tienen que «hablar en un tono bajo y no establecer conversaciones duraderas», si, tal cual. No es todo, no se permiten menores de 14 años, ni hablar por el teléfono, y no existe el servicio de ‘bar móvil»… (si, no vaya a ser que a alguien le de por levantar la voz al pedir un café)

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Humanos en el tren, no, no en silencio…

Según ellos, es un acierto enorrrrme, pues, apuntan, están hartos de escuchar en sus desplazamientos conversaciones altisonantes de empresarios y comerciales viajeros, y “aguantar” sonoridades estrepitosas y correrías infantiles..

 

Escucho lastimoso y sorprendido, como digo, pues aun respetando, claro, (“Odio lo que dices pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo” decía ni se sabe), no comprendo los comentarios…

¿Acaso molestan ya tanto las personas a otras personas? 

que triste oir que la gente molesta…

¿Es necesario implantar refugios en los que unos humanos se aíslen de otros?

¿lo siguiente serán bunkers antipersonas?

Recuerdo con nostalgia, con sabor a ensaimada y mantecada de Astorga, aquellos eternos viajes ferroviarios del “Expreso” a Barcelona.. En los 70, los veranos de mi infancia eran de vacación en aquella Barcelona de la época, en un Hospitalet obrero, y el transporte desde Asturias con mis abuelos, Ignacio y Eusebia, iba por tierra, y en aquel “Orient Express” español de serie B

El Expreso, era de todo menos eso… express, uno se pasaba casi 24 horas en un tren de departamentos donde vivía mil y una anécdotas y conocía personas y personajes de todo tipo…  Soldados y militares (que hacían la mili y ¡la contaban!, por supuesto), familias de dos, de tres, de cuatro, de cinco, de seis, de…¡que se yo! (era la vida del “venga a por hijos” o el babyboom que se llama ahora), vendedores que subían y bajaban, cacos y malhechores que entraban y salían (con lo que podían), revisores e inspectores, policías y sabuesos (tras los anteriores), abuelos que se dormían encima, tías (Elisea) que te tapaban aún hiciera 40 grados, novios tiernos, novios calientes (a veces los primeros transitaban hacia los segundos), recién casados, ligones y ligonas, vividores y vividoras, borrachos/as (que vivían eternamente en el vagón-restaurante conviviendo con parte de los que ya he listado), y un largo etcétera que podría hacer la lista interminable si me pusiera a hacer memoria de la buena..

Ante todo, ante todo recuerdo humanos, un fluir continuo de personas en contacto y comunicación, porque lo que había era mucha conversación… ¡que buenas eran! Aquellas bonitas historias de tren…

y también, amigos, lo que había era humanidad, porque allí, en aquellos departamentos, incluso en “luz penumbra” ¿recordáis la luz penumbra? se desplegaba la mesa y se compartía enseres y viandas, fuera quien fuera, sin importar clase o raza..

Hoy, cuando viajo, lo que espero, aparte de llegar a mi destino es… que surja alguna persona con la que compartir…

y aún con sobrecarga de trabajo virtual, porque ese, ese te acompaña…

Un tren silencioso y sin la renovación vital, descontrol, imaginación, alegría desatada de nuestros niños… para mi, es lo más parecido a un tren de «muerte gris»…

 

Pero… que se yo de esto!! a mi… ¡ni caso!

Ignacio F. Alberti

 

 

 

(La sociedad,  necesita que sus políticos y sus personas ilustres estén entre sus ciudadanos, el pueblo, que nos llamamos, que nos pregunten, que se interesen y mantengan conversaciones amables. Qué sitio tan estupendo es el tren… )

humano en el suelo

Mamá ¡quiero ser persona!

Creo que me estoy haciendo mayor. Dicho así parece que voy a soltar una batallita a lo abuelo Cebolleta, aquel personaje de los tebeos de Bruguera que las contaba buenas, y los que me conocen podrían pensar “Hombre, Nacho, parece que madura”, pero hablo mas bien de hacerse mayor como lo dice mi hijo Noel, que tiene seis años (“Papá, que ya soy mayor”), y es que es ahora cuando me encuentro con la “clarividencia” necesaria como para decidir lo que quiero ser, quiero ser PERSONA, con todas las consecuencias (persona es un ser capaz de vivir en sociedad y que tiene sensibilidad, además de contar con inteligencia y voluntad, aspectos típicos de la humanidad).

Bueno, puede parecer una broma pero no lo es, me he dado cuenta de que en esta etapa de transición individual algo se ha revuelto en mi interior y, lo digo muy sinceramente, he descubierto que me gustan las personas, el trato, rodearme de ellas, me preocupo y me ocupo, quiero estar con los seres humanos y compartir cosas, quiero recuperar lo que solemos llamar valores. Digo que soy un nuevo humanista, y es que lo siento así, es cierto, me gustaría que nos fijáramos en aquellos grandes sabios, griegos y romanos, como ya lo hicieron los verdaderos humanistas del Renacimiento, ahora que se habla tanto de lo humano quizás sea un buen momento, no estamos haciendo nada nuevo. Ahora que estoy más sensibilizado, no he podido dejar pasar un hecho que me ha estado dando vueltas a la cabeza ya durante varios días:

A primera hora de la mañana, esperaba el autobús, había un grupo de 3 o 4 personas que esperaba otro, mi gran sorpresa fue que cuando cogieron el suyo y quedó al descubierto una persona tirada en el frío suelo mañanero, un hombre de entre 30 y 40, desastrado y sin higiene de algún día yacía a lo largo, evidentemente lo había visto, evidentemente lo habían ignorado… Era muy posible que estuviera borracho, lo estaba, pero ¿es esta la actitud que ya nos queda ante nuestros semejantes? La indiferencia absoluta!! No se puede hacer mucho cuando un individuo ha elegido la autodestrucción, pero preguntar si se encuentra bien ¡que menos! Ofrecerle ayuda, intentar llevarle a un banco donde no coja el frio del suelo, hablar con él o ella (a veces, los humanos, solo queremos que se nos escuche), dar unos minutos de nuestro tiempo a ese igual, a ese humano que no encuentra solución… Fue un poquito lo que hice.

No, no, no voy de salvador por la vida, hablo simplemente de ser humano, querer ser solidario, de querer ser persona… ¿Mamá me oíste?

Ignacio F. Alberti

"Olores humanos" de Ignacio Fernández Alberti

Olores humanos

Olores humanos, me sorprendéis…., en el autobús urbano, en el metro, en la multitud…, olores del albañil que ha trabajado duro durante el día, del emigrante africano que exuda distinto, de la gitana que tiene otras costumbres, del comercial que ha recorrido calles sin parar, del indigente que ha olvidado su higiene durante días, del joven deportista agobiado por el exceso de calor…

Olores humanos de Ignacio Fernández Alberti

Foto de Payuta Lour

Nos inundan los efluvios de la gente, de las personas, de los nuestros, me es difícil entender por eso, porque son los nuestros, e iguales, esa actitud de algunos, de muchos y muchas, cuando se refieren a sus congéneres con desprecio por su olor, ¿acaso no los llamamos olores a humanidad?, esos “ultraperfumados” hablan entonces, y en general, sin ningún disimulo, de “pestes” y “apestosos”, se apartan, y/o hacen gestos y sonidos desagradables del tipo de “aaag”. Que fácil es, digo, sin tal horrible les resulta, taparse la nariz con un pañuelo, antes de esas muestras de falta de respeto y tolerancia ¿Acaso nunca huelen mal sus honorables cuerpos? ¿Acaso nunca emiten olor? ¿Son nuevos prodigios de la naturaleza? Si, ¡Enhorabuena!

Olores humanos ¡ya estáis aquí! Me alegro, porque quiere decir que no estoy solo y que estoy vivo. ¡Tolerancia! No rechacemos así a nuestros semejantes, a las personas, quizás algún día nos demos cuenta de que solo nos olemos a nosotros mismos, o peor, que no hay ya ningún olor, o sí, pero ya será el de la podredumbre, el de la muerte, y ya no habrá oportunidad para nosotros.

«Fui a buscar un amigo y ya no estaba»

Ignacio F. Alberti

A los que, como yo, queréis ser diferentes

A los que, como yo, queréis ser diferentes

Amigos no nos podemos rendir, sabemos que tenemos mucho en contra pero ahora no podemos desfallecer, nuestro esfuerzo por la distinción no puede ser en vano y el trabajo diario tiene que seguir. Nos ha costado un gran trabajo quitarnos las múltiples capas de lana de “lo de siempre” acumuladas durante años, pero nosotros somos más como gatos, vamos más por libre y aunque nos sometamos siempre conservamos un cierto «espiritu salvaje», puede que en ocasiones flojeemos y nos dejemos llevar por el acomodo, pero no olvidamos el inconformismo y así vamos dejándolo claro por nuestro camino, reaccionando ante “lo  mismo de siempre”, lo gris, lo aburrido, lo que hacen todos, “lo que se hace así y punto”…, queremos cambiar las cosas empezando por nosotros mismos, por “uno mismo”, porque sabemos que somos muchos “uno mismo” y entre todos podemos hacer grandes cambios (“No dude nunca que un pequeño grupo de personas puede cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han hecho.” Margaret Mead, antropóloga estadounidense).

De chavales, con veintitantos, fuimos revoltosos, ahora de adultos somos hombres y mujeres de reacción, sí, porque reaccionamos, no alzamos ni armas ni puños, ni siquiera alzamos la voz, alzamos la frente, la cabeza alta, y alzamos la vista buscando un nuevo horizonte con optimismo, buscamos de nuevo los valores humanos olvidados, buscamos amabilidad, tolerancia, solidaridad y tantos otros, buscamos humanidad entre los que nos rodean, también en las empresas, en jefes y compañeros, nosotros predicamos con el ejemplo porque somos los primeros en reconocer que estábamos equivocados y hemos tenido que cambiar, estamos cambiando.

No son las  posesiones ni los adornos lo que nos hace diferentes, es esa chispa, esa estrella que va con nosotros, es nuestra personalidad y nuestras circunstancias, las que trabajamos continuamente para hacerlas…, no buenas ¡mejores!; porque tenemos que adaptarnos a la nueva realidad social y económica, el mundo se mueve y nos movemos con él, ahora la dirección es hacia el individuo, hacia la persona, hacia la marca personal, hace tiempo que venimos queriendo que se nos vea y esta es nuestra oportunidad.

Amigos, los que queremos ser diferentes estamos de felicitación, sigamos en la misma dirección, es la buena.

Ignacio F. Alberti