Éramos geniales

Éramos geniales, teníamos 16 o 17 años, nos reíamos de nosotros y con nosotros, veíamos películas de los Hermanos Marx y escuchábamos las primeras grabaciones de Les Luthiers. Nos reíamos a carcajadas hasta desfallecer, luego repasábamos lo leído y volvíamos.

Pasábamos mucho tiempo en el parque Dorado de Sama, coqueteábamos algo con el alcohol pero éramos sanos, estábamos sanos. En el parque comprábamos chucherías a Toni, el de Helados Diego, y reíamos con él, no nos importaba la gente, el que dirán. Cuando aquella intima amistad llegó a las miradas de otros, dijeron que éramos gays, nos reímos otra vez, y cuando aquellos y aquellas pasaban a nuestro lado, nos amanerábamos y nos hacíamos sarasas, y nos tocábamos el trasero. La gente se extrañaba y nos reíamos más.

La complicidad era tal que ya sólo servía una mirada. Nos despedíamos delante de casa de Jorge V., no había tregua: un “hasta mañana” y nos íbamos en direcciones equivocadas, cada uno a casa de otro, nos reíamos, “ahora en serio”, ”hasta mañana”, y otra vez, nos reíamos, sin prepararlo, era la química…

Éramos geniales.

No nos importaban mucho las notas, no queríamos destacar, queríamos ser distintos y estudiábamos lo justo para así poder estar más tiempo juntos. Quedar en la Biblioteca siempre había sido normal, ya desde el colegio, desde que provocábamos al conserje, a Suso “el de las naranjas”, cuando devorábamos a los Asterix, Mortadelo, Tintín, los Cinco…, incluso a Doyle y Poe, y curioseábamos todo lo que caía en nuestras manos, éramos “ratones de libros” sin saberlo.

Todos jugaban a Futbol, nosotros a Balonmano.

Todos jugaban al Tute, nosotros al Mus.

Todos jugaban al Trivial, nosotros al Risk.

Con las chicas éramos un desastre pero sabíamos pequeños trucos para que nos prestaran atención, dejábamos resbalar las cazadoras por los hombros para que ellas nos las colocaran o llevábamos libros interesantes que casi nunca leíamos para que se fijaran y darles conversación, ¡que pillines!.

Éramos geniales.

Discutíamos, discutíamos y discutíamos más, por todo, por cualquier cosa, por un pelo, por cinco centímetros, teníamos personalidad, carácter, discusiones de un día, de varios…, en el parque, en la biblioteca, en el autocar, fuera de clase, ¡en clase!… No era cosa de dos, todos se implicaban. Si había peleas no duraban mas de un día, y las resolvíamos entre nosotros, entre amigos, en el grupo.

Éramos los del Gervasio, luego los del Jerónimo González, teníamos identidad, éramos de Sama, Jorge V., Jorge O., Pedro, Luis, Ismael, Paco, Juanjo, Víctor y yo, Nacho, y también estaba Manolo (“Manolainn”), y los que luego vinieron, Adolfo, Miguel, Pablo, Toni, y Ramón, y Álvaro…, y las primeras amigas, Ana Pilar, Carmen, Yolanda y Beatriz, y las que también tuvimos después, María, Marietta, Blanca, Ángeles, Rita y Mónica, Ketty, Nuria…

Éramos hijos de obreros, de mineros, de pequeños empresarios, de ingenieros también, pero todos padres que habiendo vívido tiempos de represión y carencias quisieron darnos lo que ellos no haban tenido, quisieron que fuéramos espíritus libres, pero sabían de sus errores y nos aconsejaban, y nos aconsejaban. Más tarde nos dimos cuenta que ellos mas que geniales eran genios, son genios.

Éramos geniales

En los 90, las últimas olas de “la movida” nos llevaron a su antojo, escuchábamos Radio Futura, Golpes Bajos, Gabinete, Los Locos…, sobre todo Los Locos, nuestro himno “El club del alcohol” , nuestro programa “La Bola de Cristal”. La universidad nos trajo las noches por Oviedo, el Rosal, el Antiguo, “Pasarela” “La Real”…, nos creíamos los “Reyes del Mambo”, algunos llevábamos pantalones anchos, con dobladillo, otros ajustados al tobillo, jerseys holgados, camisas por fuera, colores oscuros…, decíamos que éramos “postmodernos” , en realidad porque estaba de moda, lo habíamos visto, lo habíamos leído, ¡qué guindillas!, unos guajetes, eso es lo que éramos.

Fuimos acabando nuestros estudios y empezamos a seguir caminos muy distintos, hemos encontrado trabajo y prácticamente todos nos hemos casado, uno tras otro, como si lo hubiéramos pactado, y es precisamente ahí, en las celebraciones donde descubrimos que habíamos sido geniales.

El tiempo ha ido pasando y ha ido limando la amistad, la ilusión y la alegría, veo mentes sudorosas y cuerpos menos vigorosos, y yo, yo me he apartado mucho… ahora añoro su genialidad y suena Morricone…, y está Nuddles y Robert de Niro…, y Érase una vez America y Érase una vez Sama y La Felguera y Oviedo…, y me inunda la rabia…, pero he arrancado estas hojas… y arrojo la libreta y respiro y levanto la cabeza y lucho por lo que podría haber sido…, por lo que puedo ser ahora.

Ignacio F. Alberti